11 agosto 2010

Al corazón, Ramón, al corazón. (Traducido por Cintia Scianna)

Esa historia de la deontología vayan a contársela a otro, no a Clarita Cruz, que no nació ayer, cuarenta años de honrado servicio, una juventud dedicada a “estar en la cresta de la ola”. Escribía sobre fútbol, me imaginan?, una mujer que escribe sobre fútbol en el Perú de fines de los ’70, una carrera a la sombra de las polémicas de Tito Navarro, que él si que le metía pimienta, en cambio yo no, yo sólo alguna palabravalija (tirolibre, por ejemplo), más una melena negra como chicha morada y un fluído que otra que leche de tigre, cruda y trigueña, con pantorrillas firmes como ceviche.
Estaba siempre, en la cresta de la ola, yo.
Cabalgaba la noticia.
Mis notas hablaban de futbolistas.
Estaba sobre los futbolistas.
Los cabalgaba. Y ellos: afuera ríos de palabras.
Se tiene una predisposición de ánimo más ecuménica, después del sexo.
Me adoraban, en La Voz, una pluma nada mal, decían, nada mal, aunque al final casi todo quedó en el olvido, porque es así que termina siempre todo, el hoy es una manada de gacelas en fuga, un segundo y desaparece en el polvo, aún el artículo más elaborado. Tomen por ejemplo esta columna que están siguiendo, Il Mondiale dei Palloni Gonfiati, cuántos se acordarán, después?
Vayan a buscarlos, mis artículos, si pueden, mis artículos sobre futbolistas.

Leonardo Cuéllar parecía Hailé Selassié. Tenía las piernas chuecas y habría hablado toda la noche, me dijo que lo querían Real Madrid y Barcelona, pero él ni pensaba, en transvolar a Europa, estaba tan bien con los Pumas, entrenamiento dos veces por semana y el resto del tiempo en el campo, a tocar la guitarra y soplar sobre los dientes de león.

Jan Jongbloed no era ese personaje que todos querían hacer creer. Fumaba cuarenta cigarrillos por día. Faltaba que encendiera uno también mientras lo cabalgaba. Discutimos largo y tendido sobre Johann Cruijff. “No sabe lo que se pierde al no estar aquí cuando nos robaremos la copa delante del boludo con bigotes”, anunciaba despreciativo, y el boludo con bigotes era Videla.

Cada uno tenía una historia fantástica para contarme.
Tal vez sentían la necesidad de entusiasmarme, de intrigarme.
Eran propensos a lo sensacional.

Ramón Quiroga no, él era verdadero, verdadero y sincero, y tenía la cara de montonero triste. Si había alguien que no tendría que haber estado, en Argentina, ese era Quiroga.
Muchos amigos en Rosario, donde había nacido, vas a ver que alguno su nombre en la agenda lo tenía. Y andá a creerle a quien decía que la ciudadanía peruana servía para no ser fichado como extranjero en Sporting Crystal. La ciudadanía peruana servía para no sentirse más argentino nomás.

Sucedió que en aquel milnovecientossetentayocho el régimen militar argentino se encontró entre las manos un cadeau de la historia: el campeonato del mundo, en casa.
La ocasión para llevar a cabo, después del Proceso de Reorganización Nacional, el Proceso de Rehabilitación Internacional.
Que importa, si se trataba de dejar en casa a la estrella de Boca Juniors que se llamaba Diego Armando, y después cerrar un ojo sobre Luis Menotti, gente que fruncía demasiado facilmente el ceño cuando se escuchaba el nombre del General.
Pero por el resto: una ocasión única. Las prevaricaciones, las violaciones a los derechos humanos, todo habría quedado en segundo plano bajo el brillo aureo del certámen futbolístico.
Me lo imagino, a Videla, como se afilaba los bigotes (que además pensaron alguna vez a la inquietante liaison entre bigotes y dictadura, y claro que vuelven los rostros mas chistosos, los bigotes, y podrías esperarte cualquier cosa menos que sea capaz de algo cruel, un hombre con esos bigotes).
Pero a Argentina le costaba, perdío también contra ustedes, marcó un tal Romeo Benetti, mientras el Perú di Quiroga, y también de Percy Rojas, y de Chumpitaz, y de Cubillas, tenían que verlo como andaba, aquel Perú, Escocia e Irán reducidos a escombros, La Holanda de de Jongbloed y del fútbol total bloqueada en el cero a cero, andaba de maravillas.

"Te lo digo, pero te ruego, no lo cuentes por ahí", me dice Quiroga, mientras enciende un cigarrillo.
Ultimo partido de la segunda fase a grupos.
Se juegan la clasificación en cuatro: Polonia, Brasil, Perú y Argentina.
La fría clasificación dice: si Argentina le mete cuatro a Perú, está en la final.
Sino: no. Y clasifica Brasil.
El día antes del partido los andinos reciben una visita. En los vestuarios se presenta Videla en persona, junto con el secretario de estado norteamericano Henry Kissinger. Quiroga ni siquiera los saluda, sigue atándose los cordones, simula una indisposición, está destruído por las voces que giran alrededor de su nombre, Quiroga el argentino, Quiroga se venderá, Pongan a Sarfor!, incitan los diarios brasileños.
Quiroga, durante aquella visita, tiene la caradurez de no darle la mano a nadie.
Parece Matthias Sindelar, cuando, en un partido celebrativo entre Alemania y Austria organizado por Hitler en ocasión del Anschluss, se niega a saludar romanamente al Fuhrer.
Tiene coraje de sobra, Quiroga.

Y sin embargo. Y sin embargo el día después se come seis goles.
Alguien, en los años siguientes, insinuó un asunto de corrupción.
Habló de dos barcos llenos de grano prometidos por el Régimen al gobierno peruano.
Al lado de Videla y Kissinger aparecieron las caras sombrías de los jefes del narcotráfico colombiano, cosas que falta solo la Cia, la Nato, el Papa y después quién más?, Simón Bolívar? La santa alma de Carlos Gardel?
Algún otro dijo: Quiroga y su condescendencia al gran diseño del régimen.
Pavadas.

Miren, nosotros en Perú en los años treinta celebrabamos un rito, en algunos pueblos del interior, conocido como Yawar Fiesta, yawar en quechua significa sangre, una fiesta de sangre, una matanza, la relató también Argüedas.
Una matanza no tiene en su naturaleza la fascinación del juego.
Una matanza es una matanza.
Hay mucho folklore, si, tradición, si, pero al final de la fiesta viene rellenado un toro de tritol y se lo hace saltar por el aire. Y la gente grita, y la gente canta, y la gente se bestializa. Olvida sus preocupaciones. Vive intensamente el espectáculo, y vuelve a casa feliz, la gente.

Eso, aquel Argentina-Perú fue una yawar fiesta. Y Quiroga, Quiroga era el toro. El destino te hipnotiza, y él se había derrumbado bajo el peso de las habladurías, de las responsibilidades, y entonces vía libre a Kempes y a Luque, a Luque y a Kempes, estaba distraído, Quiroga, no los sentía, aquellos golpes, pensaba en sus amigos de Rosario, en los de Buenos Aires, en sus agendas y tal vez en su nombre escrito en esas agendas, y tenía miedo, Quiroga, miedo de lo que sucedía a cien metros de la cancha, en los centros de reclusión, en Garage Olimpo, de la Guerra Sucia, de los desaparecidos, de los aviones que despegaban y se alivianaban de la carga subersiva directamente en vuelo.
Y pensaba, Quiroga, pensaba que si ese partido partido hubiera sido sucio, entonces alguien habría querido ver más claro, y no solo en un miserable partido de fútbol, era tan obvio, tan hay algo que no va, tan igual a todas las cosas que son tan en este mundo, y tal vez aquella escena del bigotudo que entrega la copa a Passarella aparecería por lo que era, una pantomima.
Una sucia pantomima.

Treinta años después hay todavía quien duda de Ramón Quiroga.
Yo dejé hace rato de estar en la cresta de la ola, de cabalgar las noticias, y los jugadores, y la verdadera historia, esa brotada de sus labios de indio, no lograré tenerla para mí por mucho más tiempo, no si se continuará a enlodar su nombre.
Poque yo a él, a aquel montonero de cara triste, lo quería realmente mucho, el único del que me fuera jamás enamorada, aunque no se lo dije nunca, otra que Kempes, otra que Cuéllar, otra que Crujiff, él y sólo él me había dado al corazón, Ramón, al corazón.

(l'originale, in italiano, lo trovate in due parti qua: uno e due)

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